Cuando yo tenía 10 años, fui con mi tía a ver mi primera película "prohibida para 18" a un cine de barrio, de esos en donde te dejaban entrar si ibas acompañado de un mayor. En el medio de la función, encendieron las luces y un grupo de casi 15 militares armados con metralletas (eso parecía, aunque eran fusiles tipo fal) se llevaron a varios chicos. Los ponían contra la pared, los esposaban y se los iban llevando.
Le pregunté a mi tía que pasaba y me dijo en voz bajita que era porque eran menores de edad y estaban solos. Después siguió la película como si nada, y yo crecí creyendo que si los militares entraban al cine a llevarse chicos solos, era normal.
Ignoro el destino de aquellos chicos que no superaban los 20 años, aunque puede imaginarlo.
También empecé mi adolescencia bajo el consejo de mi mamá: "si viene un patrullero, cruzá si podés, y agarrá otro camino, pero nunca corrás". Consejo ideal para un delincuente, pero yo tenía 14 y 15 años, y recién empezaba a crecer.
Por ese entonces, empecé a enterarme como si se tratara de "casos aislados" que había gente a la que se llevaban encapuchada y la torturaban, que algunos no salían vivos, todo porque eras "guerrilleros", pero también por haber pertenecido a algún partido político, o "saber" ciertas cosas. Pero de eso no había que hablar con nadie. Y mi vida siguió transcurriendo en la ignorancia.
A los 17, en el 83, se terminó el proceso y pude ver "The Wall" y "La naranja mecánica" con un atraso de diez y cuatro años respectivamente. Esta vez, las vi sabiendo que los milicos no deberían haber entrado aquella vez, mientras veía mi primer película prohibida para 18, y que no deberían volver a entrar nunca.
Así que vi "The wall", como 15 veces, después de todo, la entrada había costado 30.000 desaparecidos y una guerra con más de mil soldados muertos
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