A la mayoría de la gente puede sonarle raro, pero yo detesto ir a comprarme ropa. Sobre todo en invierno.
Ojo, no es que no me guste la ropa, lo que no me gusta es probármela.
Primero cuelgo la cartera en la perchita de la pared y procedo a desvestirme.
El instante en el que terminé de hacerlo es el que más detesto.
Piénsenlo, podría suceder cualquier cosa y yo tendría que salir corriendo en ropa interior mientras el shopping se derrumba a mis espaldas y voy pisando dolorosamente los cascotes con los pies descalzos.
Una vez en la calle, mientras todos agradecen haber salvado sus vidas y se alzan las primeras voces de justicia contra los culpables, yo estaría allí, sabiendo que al día siguiente estaré resfriada.
Y las llaves de mi casa...
¡Cómo extrañaría las llaves de mi casa que quedaron adentro de la cartera colgada de la perchita en la pared del probador!