Una de las cosas que más detesto es despertar diez, quince o hasta veinte minutos antes de que suene el despertador por que no sólo es tiempo de sueño perdido (difícilmente pueda volver a dormir), si no que además sé que mi jornada laboral, a la que le falta tanto para terminar, se ha cruelmente estirado esos minutos que resultarán interminables al final del día.
Como recompensa está el "otro" despertar.
¡Qué divino abrir los ojos en mitad de la noche y ver que todavía quedan tres o cuatro horas (casi media noche entera) para seguir durmiendo! Es casi como tener una noche más de sueño.
Dormir dos veces con el respectivo placer de ir quedándome dormida, que es uno de los placeres más hermosos del dormir.