Mi abuela era la única del pueblo que tenía bañera en su casa.
Poco antes de morir nos confesó a sus hijas y a sus nietas que se había casado embarazada.
Había nacido en 1906 siendo la hija "bastarda" de un tipo cuyo nombre hoy luce una escuela del barrio de Caballito y una calle casi invisible de Capital Federal.
En aquel entonces a la mayoría de la gente le costaba pensar más allá de si misma. Al respeto se lo llamaba miedo y era digitado por una de las instituciones más irrespetuosas de todos los tiempos, la iglesia católica.
Como ser hija de padres no casados era un pecado contagioso que ameritaba el aislamiento y el infierno y como no quiso que sus hijas sufran lo mismo que ella, se fue a vivir al campo con su marido cuando se enteró de su embarazo precoz.
En ese lugar la gente no era mejor, pero ellos llegaron casi a punto de parir, con una libreta de matrimonio reciente aunque real y una hermosa tina de baño estilo europeo.
En ella se bañaron durante un par de décadas los jóvenes casaderos del poblado en el día previo a la boda.
Mi abuela decía que la habían querido por simpática.
Yo creo que era por la bañadera.