Cuando echo insecticida amo ver como las arañas van muriendo en capítulos entre convulsiones espásticas...
Como se desarma y desaparece desprolijamente el camino de las hormigas...
Escuchar los últimos estertores zumbantes de las moscas o los aleteos desesperados de las polillas.
Con las cucarachas no.
De ellas no amo nada.
Ni su muerte.

Esa multitud de patitas histéricas agitándose a toda velocidad me da vértigo.
Por suerte, siempre me repongo y termino ejecutando con destreza el repugnante pero necesario homicidio.