Mi conflicto mayor con Dios se da cuando lo puteo.
Me pregunto: ¿Cómo puedo putear a alguien en quien no creo? (o que al menos no creo que sea puteable). Entonces automáticamente me corrijo: no es que no crea (o que no sea puteable), es que, si es realmente puteable, está completamente loco.
Y voy al punto: si el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza, y yo últimamente lo vivo puteando, ¿me estoy puteando a mí misma?
Ese es el problema de vivir sola y no tener a quién echarle la culpa de, por ejemplo, haberte olvidado en el horno la tarta de acelga que estuviste preparando una hora con el respectivo gasto económico anterior y posterior, o sea, el que se va a dar a la hora de pedir las empanadas*que voy a tener que comer en el lugar de esa tarta.
¡Qué digo que no tengo a quién echarle la culpa! ¡Claro que tengo! A Dios, que está loco y hecho por mí a mi imagen y semejanza. Entonces ahí lo empiezo a querer, porque soy yo, no por otra cosa, porque para mí sigue estando loco porque la verdad... ¿a quién se le ocurre venir y quemarle la tarta de acelga a Dios que con tanto amor la preparó???
Hay que estar loco para agarrar y quemarle la tarta a Dios. Yo no haría algo así nunca. Entonces, si yo no quemaría la tarta de Dios, yo ¿no soy Dios? ¿No me puteo a mí misma?
Ahí es cuando todo empieza de nuevo, empiezo a putear de nuevo y aparece el conflicto. Y ya no sé siquiera, si creo en mi propia existencia.


*Por cierto, qué grosas las empanadas de Cumén-Cumén.