Es sorprendente como cuando uno es chico depende tanto de la opinión ajena para ser feliz y como se necesita ser igual a los otros.
Es sorprendente como cuando uno es chico las emociones pueden subir y bajar con unas palabras.

No sé si todavía se usan, pero cuando yo iba a la primaria, nos hacían llevar "toc tocs" que eran palos de escoba cortados en secciones de unos veinte centímetros de largo que golpeados entre sí se usaban para acompañar canciones en los coros.
La cuestión es que la primera vez que tuve que llevar unos, mi papá (artista el), no tuvo mejor idea que pintar mis toc tocs con unas enormes margaritas blancas de centro amarillo sobre un fondo carmín oscuro brillante.
Yo llegué a la primera clase de música de mi vida escolar y saqué inocentemente los palos a la par que otros compañeros.
Mientras los iba terminando de sacar de mi bolso e iban quedando completamente expuestos noté que todo el resto de los alumnos tenía toc tocs "normales".
Palos de escoba recortados "normales" y como mucho lijados o barnizados.
Muchas miradas se estaban posando en mis engendros únicos y llenos de flores.

Yo soy de las que se ponen coloradas "ahora", pero antes me ponía violeta.
A medida que la vista de mis compañeros se fijaba en mis palos horripilantes, sentía subir el fuego en mi cara sabiendo que era demasiado tarde para ocultar esas monstruosidades anormales que había hecho mi papá a quien estaba empezando a odiar por equivocarse tanto.
Y tenía muchas ganas de ponerme a llorar.

Muchísimas.
-¡Qué hermosura!- me acuerdo que dijo la primera voz
Los chicos se me empezaron a acercar, y también la maestra.
-¿A ver?, ¿quién te los hizo?
-¿De dónde los sacaste?
-¡Qué lindos!
-¿Quién te los regaló?

-¡Te los cambio por los míos!
-¿Me los prestás?
Y yo me quedé ahí, bajando de nivel, hasta que pude articular que los había hecho mi papá "que es pintor".
Y dudo que nunca haya habido en el mundo alguien más orgulloso y feliz que yo con sus toc tocs.