Se supone que la pregunta va en joda porque una no espera que le respondan cuando pregunta si el pibe que se curtió la amiga (y que encima va en serio) ..."¿Y, qué onda che, la tiene grande?" Una no espera que le respondan (y de hecho de estar en ese lugar no respondería) pero muchísimo menos se espera que le contesten:
-"y... la sabe usar".

(y menos mal que no contestó "y... es re simpático")

No puedo creer que hasta ahora, no haya habido ningún asesino al que se le haya ocurrido confesar su crimen por internet.
Por ejemplo, si es alguien que asesinó a un familiar o a un amante pero no piensa volver a matar, podría simplemente publicarlo en "tusecreto.com".
Si, por el contrario, es un asesino serial hecho y derecho, debería abrir un blog y relatar paso a paso sus crímenes pasados y los que vendrán, para tener en vilo a toda la humanidad cibernética.
En una película seguramente, podría pasar eso. O en una miniserie.
Para mí que a los asesinos seriales no les gustan las miniseries.
¿O será que tienen cosas más serias en qué pensar?

El crimen del agnelotti (más que un relato, una confesión)

Sé muy bien que lo mío es exagerado y no quiero parecer redundante con el tema de las cosas parlantes, pero siento que se los tengo que contar.
Como todos saben, hace nomás un par de meses estuve hablando con un mosquito presuntamente diabólico que, por si les interesa, falleció hace una semana. En realidad esto no es importante porque en lo que a mí respecta, la muerte del mosquito me resulta más bien un alivio más allá de que aún no sé bien qué hacer con su cadáver; el asunto que me trae hoy es el del agnelotti.
Sí, les parecerá una locura, van a creer que miento o que quiero llamar la atención, que como el mosquito murió necesito algo más fuerte para levantar el rating, pero no: hablé con un agnelotti (o mejor dicho, con varios).
No sé si habrá sido algo químico (no sé, digo, capaz que pasó algo que hizo que cobrara vida) o que a mí me persiguen los fenómenos extraordinarios, pero el agnelotti me habló, doy fe. No me miró porque los agnelottis no tienen ojos, pero yo sé que me veía, porque el tipo me empezó a gritar no cuando lo pinché con el tenedor, si no cuando me lo estaba llevando a la boca.
-¡no me comas, por favor no me comas!
Miré para todos lados porque lo último que hubiese podido pensar es que los agnelottis hablan. Me levanté y fui a buscar la cajita que todavía tengo con el cuerpo del zancudo (si alguien sabe qué se hace con los mosquitos diabólicos muertos, por favor, cuéntemelo porque no quisiera irme al infierno sólo por tirarlo a la basura, es decir, a lo mejor hay que hacer alguna especie de ceremonia que desconozco, digamos). Ahí estaba el bichito. Muertito muertito y en el máximo pico del rígor mortis.
Me senté nuevamente a comer y otra vez, cuando me voy a meter en la boca el tenedor...
-¡no! ¡por favor no me comas, te lo suplico!
Ahí no tuve más remedio que mirar al agnelotti, porque otra cosa no estaba por comer.
Yo no quería porque no creo mucho en esas cosas, pero con algo de duda y en voz muy bajita por si me estaba imaginando cualquier cosa le pregunté...
-... ¿me hablaste?...
-¡sí! ¡por favor, no me comas!
Qué quieren que les diga. La verdad es que me quise morir porque ya era demasiado. El agnelotti me pedía por favor que no lo coma y no decía nada más, porque el mosquito al menos me quería conceder un deseo, pero este, nada. No me comas y punto.
Decidí dejarlo en el plato y probar con otro. Otra vez que "no me comas, por favor, no me comas".
-pero... ¿por qué no te comería? -intenté yo.
-¡por favor, no me comas! -seguía
Yo esperaba algo más. Algo que me indicase un por qué, algo que echase luces sobre el asunto.
-¿y cómo es que ustedes hablan? -repliqué.
-¡no nos comas, por favor no nos comas! -empezaron todos al unísono.
Y nada; que no nos comas de aquí y no nos comas de allá, pero nada que me explicase el fenómeno por el cual los agnelottis hablan. Los agnelottis no parecían muy inteligentes, pero sólo con que hablasen ya era raro.
Por un instante pensé en concederles el deseo, pero ya saben cómo son estas cosas. Si no me los como hoy, mañana se toman el codo y capaz que son los ravioles, o la pizza y al final uno se encuentra con que no puede comer nada, así que respiré hondo y pese a las protestas de todos, y sin saber cuánto me iba a arrepentir un segundo después, me tragé la pasta de un bocado.
Terrible gente. Por experiencia propia les digo, nunca, jamás se coman a un agnelotti que les pide por favor que no se lo coman. Nunca.
Lo que siguió a continuación fue un espanto. Una serie de gritos aterrorizados y de odio. Desde el plato gritaban todos enfurecidos, pero lo verdaderamente terrible venía desde dentro de mí. El grito del agnelotti que iba descendiendo desesperado por el esófago, hacia el inevitable ácido gástrico de mi estómago y moría entre estertores ahogados.
Fue terrible. Realmente. Casi sin darme tiempo a meterme los dedos en la garganta, se escuchó un último "agrrfsssrflllggg" (era algo así: "agrrfsssrflllggg") salpicado de ácido gástrico y después, el silencio.
Yo quedé en silencio. El plato quedó en silencio.
Sabía que estaban mirándome acusadoramente y que les había asesinado a un hermano, pero ya era tarde.
Yo no sabré qué hacer con el cadáver de un mosquito parlante, pero sé muy bien qué hacer con un plato de agnelottis vivos. Los tiré a todos a la basura y pese a las protestas generales, saqué la bolsa a la calle y la llevé bien lejos.
Y cuando les decía que no sé qué hacer con el cadáver de un mosquito parlante, no les mentía. Aunque ahora voy a tener que enfrentarme a algo mucho más escatológico: el cadáver del agnelotti que maté y que aún llevo dentro de mí.
De todas formas, no me interesa; sé muy bien lo que voy a hacer con él, y por cierto, no me va a temblar la mano cuando lo haga, y no pienso mirar ni antes ni después de apretar el botón.