Por más que intente relajarme, después de haber "casi" asesinado a una enorme cucaracha (porque me pareció que aún agitaba un poco sus patitas cuando tiré la cadena), siempre me pasan tres cosas:

1) me estremece cualquier sensación de roce, hasta la más obvia como por ejemplo, la de mi propio cabello sobre los hombros, o la del pantalón en el tobillo y me asusto pensando que es otra cucaracha.
2) no puedo sentarme en el inodoro ni aunque haya apretado el botón cinco veces porque, a ver si se las ingenió para quedar enganchada por ahí y sale justito cuando estoy sentada y se me trepa o peor aún... ¡salta!
3) veo "sombritas" negras de reojo, que me hacen sobresaltar a cada rato.
Por suerte, enseguida apelo a mi imaginación, se me ocurre bajando por el remolino incontrolable del desagüe mientras grita "¡socoooorro!". Calculo que nadie la va a ayudar, glup glup glup. Y listo.
O no, porque... ¿saben qué puede ser peor que una cucaracha que vuelve para vengarse de quien intentó matarla?
Una cucaracha que vuelve, pero para vengar su muerte.